Todas las personas pueden hacer yoga, sin importar la edad, el género, peso, clase social o religión. Lo único que se necesita para empezar es tener la disposición y el deseo de aprender, ¡ah! y una esterilla o mat. Este es un proceso único en donde cada persona debe estar atenta a las limitaciones de su propio cuerpo sin desanimarse, además de ser paciente con las poses, ya que todo es progresivo.
Son decenas de beneficios físicos y mentales que trae la practica constante. Estabiliza la presión sanguínea, incrementa la flexibilidad, el balance, la tonificación muscular, facilita la digestión, mejora la postura y disminuye los dolores de espalda, por mencionar algunos. Asimismo, mejora la calidad del sueño, aumenta la memoria, relaja, promueve la autoconfianza y la autoestima, la compasión hacia otros seres, la empatía, paciencia, y el optimismo. Ah, y aunque no es su fin último, aunque algunos lo busquen, marca los cuadritos de los abdominales.
La alimentación es una parte del estilo de vida yogui, ya que uno de los principios de esta filosofía es el de la no violencia o no hacer daño a otros seres vivientes, lo que en sánscrito se conoce como Ahimsa. Consumir productos de origen animal, de cierta manera, transgrede este pensamiento porque un ser vivo fue sometido al sufrimiento físico y murió para alimentar a una persona. Sin embargo, no es una condición, nadie debería ser rechazado en ninguna clase de yoga por ser carnívoro.
Cuando se es principiante es recomendable hacerlo con un maestro certificado que pueda guiar a la persona, ya que está preparado para identificar las debilidades y fortalezas del estudiante para poder adecuar la práctica lo mejor posible. También existen clases en YouTube, pero es recomendable hacerlo en paralelo con un experto. Además, de la lectura que ahonda en la filosofía yogui.